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En la toponimia nacional hay numerosos nombres que son recurrentes. Por ejemplo, entre los alusivos a aspectos geográficos o geomorfológicos, figuran Boca, Barra, Punta, Loma, Cerro, Cuesta, Paso, Sabana, Llano, Mesas, Hueco, Rincón, Vuelta, Bajo, Alto, Tierra y Piedra -estos 17 con diversos calificativos-, más Ribera, Sabanilla, Barranca, Hondura, Zanjones, Vueltas, Cuevas, Angostura, Lajas, Lajita, Cascajal, Arenal, Buena Vista, Peñas Blancas, etc. Traigo a colación esto debido al nombre Pedregal (o El Pedregal), propio de varias localidades de Costa Rica, pero que encierra un gran enigma en el caso que abordaré, como lo relato a continuación.

Cuando en el siglo XIX varios naturalistas europeos empezaron a inventariar nuestras flora y fauna, no todos se esmeraron en consignar la localidad específica en la que habían recolectado el material, indicando a veces tan solo el nombre "Costa Rica" o apenas el de la respectiva provincia. Obviamente, esto resta calidad a la información científica, pues el conocimiento de la distribución geográfica de cualquier especie es fundamental para entender aspectos clave de su biología y su ecología.

Cabe indicar que hace casi 25 años, el botánico Terence Dale Pennington escribió un voluminoso compendio sobre la taxonomía de la familia Meliaceae, a la cual pertenecen las caobas, los cedros, la caobilla, la uruca, etc. Entre otras cuestiones, en su obra puso en tela de duda la validez de la especie Guarea hoffmanniana, descrita en 1878 por el taxónomo suizo Casimir de Candolle. Además, gracias a material botánico que tuvo en sus manos, Pennington describió una nueva especie congénere, que bautizó como Guarea macropetala. 

El gran problema con Guarea hoffmanniana, la especie cuestionada, es que el ejemplar en el cual se basó de Candolle para describir la especie -que los taxónomos llaman holotipo- estaba depositado en el Museo Botánico de Berlín, y aparentemente fue destruido durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el edificio fue bombardeado por los ejércitos aliados. Tan solo quedó una fotografía en blanco y negro, tanto ahí como en dos museos más. Asimismo, se sabía que había sido recolectado en "Costa Rica", así en general, y que portaba el código "Hoffmann 755 (B)". Esto, más el nombre o epíteto que le asignó de Candolle, hacía suponer que fue recolectado por el alemán Karl Hoffmann.

Fue en el año 2006, justamente cuando estaba yo terminando de escribir un libro sobre este médico y naturalista, quien fungió como Cirujano Mayor en la Campaña Nacional contra el ejército filibustero esclavista, que fui advertido acerca de un misterioso dato. 

Al respecto, Barry Hammel, funcionario del Jardín Botánico de Missouri, pero destacado en el Instituto Nacional de Biodiversidad (INBio), me puso en contacto con Michael Grayum, colega y compañero de trabajo suyo, con quien a partir de ese momento empecé a interactuar por correo electrónico. Para entonces Grayum estaba a punto de publicar un esclarecedor artículo sobre el asunto, gracias a su agudeza intelectual, tenacidad y habilidad detectivesca. Tuvo él la fortuna de hallar un espécimen hasta entonces ignorado, depositado en el Herbario de Göttingen, al que acompañaba una etiqueta que dice “Hrm. Wendl. Costa Rica. C. Hoffmann”, junto con el código 755 y la mención de una localidad denominada Pedregal. 

Aquí empezó a despejarse el acertijo, pues es evidente que en la trama estaba involucrado el botánico alemán Hermann Wendland, notable jardinero de la corte de Hannover, quien visitó Costa Rica en 1857 para recolectar palmeras, orquídeas, y otros tipos de curiosas plantas tropicales. Pronto Grayum decidió revisar la colección de especímenes albergada en el Herbario de Göttingen y, con las fechas anotadas en cada espécimen, pudo determinar que Wendland recolectó con intensidad en Sarapiquí, tanto en mayo como en agosto de 1857. Sin duda, él fue el recolector de Guarea hoffmanniana, y no Hoffmann. De hecho, cuento con evidencias fehacientes de que ya en 1857 Hoffmann estaba muy enfermo y no emprendía giras largas, y menos a una región de tan difícil acceso como la muy montañosa y lluviosa Sarapiquí. Aunque es cierto que él interactuó con Wendland, no se comprende del todo por qué el apellido Hoffmann figura en ambos especímenes y hasta en el epíteto del nombre científico.

Aclarada esta cuestión, lo que a Grayum le faltaba por precisar era la ubicación exacta de Pedregal, mencionada en las etiquetas de especímenes correspondientes a otras de las especies recolectadas por Wendland. En su artículo él discute dos posibilidades, de sendos sitios con dicho nombre, uno cerca del poblado de La Guaria, en las proximidades de Puerto Viejo, y otro algo más lejos y elevado, cercano a La Virgen. No obstante, la información no me parecía del todo convincente, por lo que ofrecí ayudarle cuando me fuera posible visitar Sarapiquí y hacer indagaciones minuciosas con los lugareños.