El numero trescientos en Maya se escribe así: tres lineas y una especie de ojo debajo de la tercera linea. de todas maneras te mando una imagen para que te ayudes.
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Mito Maya: El Buho, Sabio Consejero
n buen día, las aves de la tierra del Mayab prepararon un suntuoso
banquete en honor de su rey, el pavo real. Todos los pájaros fueron invitados a
la fiesta, y se nombró una comisión especial para escoltar a Tunkuluchú, el
búho.
El búho detestaba esos convites; sin embargo, los miembros de la
comisión, temiendo la cólera del rey, lo convencieron de que, como gran
consejero de la corte, estaba obligado a presidir el banquete.
El rey había reservado un lugar a su lado para el gran consejero, y tan
pronto éste llegó, comenzó la alegre velada: los meseros pasaban las viandas en
frescas y verdes hojas, y ante cada uno de los sedientos comensales, colocaban
pétalos de flores, simulando pequeñas ánforas repletas de rocío. Poco tiempo
después, todos los asistentes, con la excepción del búho, se divertían a sus
anchas.
El búho, no pudiendo soportar la gritería y el comportamiento de los
demás, trató de escabullirse, y fue visto por el rey, quien lo hizo retornar.
Éste obedeció la orden real, pero -posándose en una elevada rama- le volvió la
espalda a los escandalosos y alegres convidados.
El pavo real, creyendo que el desaire iba dirigido a él, resolvió hacer
uso de su autoridad para obligar al búho a tomar parte activa en la festividad
e, inmediatamente, le ordenó que bailara con los otros y uniera su voz al
discordante coro de los allí reunidos.
El búho se sintió humillado con las crueles burlas que le hicieron las
otras aves después de la celebración. Y ni la necesidad natural de alimentarse
ni las súplicas de sus amigos, le hicieron salir de su guarida.
Movido por el deseo de exponer a su rey al ridículo, tal y como éste
había hecho con él, el sabio consejero consultó el libro sagrado de los Mayas,
donde encontró la manera en que el pavo real había engañado al candoroso Puhuy.
Fue así que el búho invitó a los pájaros de la floresta del Mayab para
una gran asamblea y, al dirigirse a los presentes, se percató que no podía leer
una sola palabra. Entonces, lanzando un grito de desesperación, dejó caer el
pergamino al suelo.
Los días permanecidos en el
interior de su morada, hicieron que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad.
Ahora la luz brillante de la mañana lo cegaba. Desde esa ocasión, pocas veces
se le ve durante el día. Su anhelo de venganza contra el rey fue castigado por
los dioses.