Respuesta :

Sayain
LA SANTIDAD de la muerte 
llenó de paz tu semblante, 
y yo no puedo ya verte 
de mi memoria delante, 
sino en el sosiego inerte 
y glacial de aquel instante. 

En el ataúd exiguo, 
de ceras a la luz fatua, 
tenía tu rostro ambiguo 
qiuetud augusta de estatua 
en un sarcófago antiguo. 

Quietud con yo no sé qué 
de dulce y meditativo; 
majestad de lo que fue; 
reposo definitivo 
de quién ya sabe el porqué. 

Placidez, honda, sumisa 
a la ley; y en la gentil 
boca breve, una sonrisa 
enigmática, sutil, 
iluminando indecisa 
la tez color de marfil. 

A pesar de tanta pena 
como desde entonces siento, 
aquella visión me llena 
de blando recogimiento 
y unción..., como cuando suena 
la esquila de algún convento 
en una tarde serena...