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La teoría endosimbiótica que tanta polvareda levantó puede hoy parecer clara, y es que se enseña hasta en los institutos, pero en los 60 y los 70 era una idea radical y muy alejada de lo que se había escrito antes sobre biología evolutiva. En una rama dominada por la zoología y la botánica, Margulis fue una de las pioneras en incorporar la microbiología a este campo. Y lo hizo con una idea nada ortodoxa.Imaginemos que tenemos una célula grande y bien adaptada, en un ambiente en el que otras células viven y de las que se alimenta, fagocitándolas. Según la selección natural, asumimos que esta especie de microorganismo crecerá, se dividirá y forzará al resto de las especies de microorganismos presentes a adaptarse y encontrar formas de defenderse… o extinguirse.Sin embargo, la idea de Margulis parte de un supuesto totalmente diferente: la cooperación. ¿Qué ocurriría si por alguna razón la digestión de una bacteria fagocitada fallara? ¿Y si fuera más útil viva dentro del organismo que la absorbe que digerida? Ésta es la hipótesis que proponía Margulis para explicar el origen de los orgánulos de las células eucariotas. Para los que ahora no se den cuenta de lo revolucionario que fue, pensad que alguien propusiera que tenemos intestino porque nos tragamos a un gusano. ¿Ridículo? Quizás, pero esa es la misma sensación que despertó en un principio la teoría endosimbiótica.Sin embargo, gracias a las cada vez mejores técnicas en el laboratorio y a enormes avances en biología molecular, la teoría se comprobó correcta años después. Los marcadores moleculares de mitocondrias y cloroplastos se correspondían a la perfección con la idea de Margulis. Aunque tardó más de una década en ganar aceptación, la teoría de Margulis consiguió hacerse hueco en la biología evolutiva de los años 80, y a día de hoy es uno de los pilares de cómo entendemos la evolución.