Respuesta :

Una lagartija que, por un extraño capricho de la naturaleza, había nacido con entendimiento humano, vivió mucho tiempo en la orilla de un río. A los dos años comprendió que la tierra giraba sobre su eje y supo diferenciar la noche del día, el verano del invierno y los insectos dípteros de los homópteros. A los tres años ya sabía reflexionar, multiplicar enteros y cazar invertebrados con la lengua. A los cuatro años comprendía el idioma latín, y dejó de llamarse a sí misma lagartija, se refería a ella como Lacerta hispanica. Promediando su edad, ya casi anciana, descubrió por fin a un pescador en la orilla del río y, fascinada por el hallazgo, comenzó a escribir un mensaje con la cola sobre la arena mojada. Cuando el hombre le cortó la cabeza con la pala, la lagartija había escrito sólo dos palabras y parte de una tercera.

Los dos deberían morirse tarde o temprano. Primero uno y después el otro, o al mismo tiempo (por ejemplo en un accidente de avión). Los dos tenían un pasado de contar y de comprender sin imágenes, sólo a través de palabras y de sobreentendidos. Ambos han de construir un futuro ingobernable. Y presentarse a sus mundos. Y quedar con amigos a cenar. Y hablar por teléfono desde el trabajo, para combinar en qué esquina, a qué hora, y qué película. Uno de los dos se cansaría primero, uno de los dos mentiría primero, uno de los dos caería en la tentación antes que el otro. Alguien sería el primero en levantar la voz. Algún enojaría por primera vez y alguien, antes o después, encontraría más defectos que virtudes en su pareja. Fue por ello, y no por incompatibilidad de caracteres, que no se llamaron después del fin de semana.