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CAPITALISMO FINANCIERO (III): LAS CONSECUANCIAS POLITICAS

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Hemos dedicado ya dos posts a desmentir las dos acusaciones más clásicas que se le hacen al capitalismo financiero: la primera es su naturaleza especulativa y alejada (incluso destructiva) de la economía real. Hemos visto que el sector financiero es no solo productivo, sino el más productivo de los sectores económicos, pues produce una planificación eficiente para todos los demás. Y hemos sugerido que necesariamente el sector planificador de toda economía es el de máximo valor añadido. Y que la mejor forma de organizar el ?sector planificador? es a través de una estructura descentralizada de libre mercado.

Además hemos comprobado que el capitalismo financiero es más igualitario que el capitalismo ?industrialista?: solo los flujos internacionales de capital, que son canalizados a través de los bancos, los mercados y las compañías multinacionales pueden conducir a un desarrollo equilibrado a nivel mundial.

Pero toda estructura económica es también una estructura de poder, y en particular ningún análisis económico está completo sin explorar sus consecuencias políticas.

Desde antes de Adam Smith ya existía la convicción teórica de que el librecambismo, mas allá de las críticas económicas que se le pudiesen hacer, tenia consecuencias políticas deseables: todos sus defensores han notado que cuando el Estado se inmiscuye en los asuntos comerciales, no suele quedarse en la aduanas, sino que frecuentemente también utiliza los ejércitos. El nacimiento del mercantilismo corresponde a una época convulsa de la historia europea y muchos han creído que el mercantilismo contribuyo decisivamente a esas convulsiones.

Además la política internacional, por su secretismo y su centralización parece especialmente vulnerable a ser capturada por intereses particulares y conspiraciones esotéricas.

No voy a intentar desmentir estos argumentos, que me parecen bastante naturales, pero quiero haceros notar que el imperialismo europeo se produjo durante la Primera Globalización, en medio de un nivel de libertad económica nunca superado, y que esa globalización acabó precisamente con la I Guerra Mundial.

Todos los observadores que vivieron la época que precedió a la Gran Guerra estuvieron de acuerdo en culpar a la ?lucha por los mercados? de la política de alianzas que condujo al conflicto. A mi me parece natural verlo así: no en vano Europa se rompió en dos bloques: el bloque industrialista y mercantilista de las potencias continentales y el bloque del capitalismo financiero y la orientación marítima (Y Rusia no fue la excepción: la participación inglesa en la economía rusa era muy superior a la de Alemania. Rusia estaba abierta a la inversión internacional mientras Alemania era absolutamente refractaria a los flujos de capital: se alinearon en bandos opuestos a pesar de su parecido político).

Las compañías alemanas no participaban ni eran participadas por las del exterior, mientras que el sistema económico mundial era bastante librecambista. En esas condiciones, que las ?burguesías nacionales? utilicen al Estado para librar sus luchas comerciales es inevitable.

La tradición librecambista ha visto en el comercio internacional un interés común ente países. Pero si bien el comercio internacional es (¡o no!) un interés común para los consumidores, no tiene por que serlo para los productores. Y en esas condiciones, que los mismos lobbies que sostienen el proteccionismo, sostengan también el expansionismo militar es tan solo un paso más en la dirección natural.

Para garantizar la paz no basta crear un interés común entre los países: es aún más importante crear un interés común entre las clases dominantes que deciden en última instancia sobre la guerra y la paz.

Y precisamente ese vínculo de intereses entre los poderes económicos es lo que aportan las grandes carteras internacionales, las participaciones cruzadas entre empresas de distintos países y la inversión directa de las compañías internacionales.

No me resisto a poner un ejemplo: si hay dos países en el mundo (A y B, por ejemplo), sin inversiones internacionales, una empresa que produce tornillos en A ve otra en B como una rival, y por tanto la empresa de A tiene interés en ver destruida la de B.

En un mundo con libre circulación de capitales, las dos empresas pueden estar participadas por un consorcio financiero (vg. un banco o un fondo de inversión), que ya estando en A o en B, al tener participaciones en las dos empresas (pues suponemos que escoge su cartera buscando la máxima diversificación), tiene también intereses en que los dos países estén en paz. Si los intereses de las ?empresas? dominan sobre los de los ?bancos?, entonces habrá guerra. Si los intereses de los ?bancos? dominan sobre los de las ?empresas?, habrá paz (e igualdad y producción eficiente!). Lo mejor que puede hacer un país pequeño para garantizar su independencia es dar la bienvenida a los intereses económicos de los países más grandes. Esos intereses serán su mejor defensa.

La historia de los dos últimos siglos registra un hecho estilizado: ?las democracias no se hacen la guerra?. Los que nos hemos criado en la tradición intelectual del economicismo, pensamos mas bien, que en vez de ?Pax democratica? lo que existe es ?Pax financiera?. Los últimos cincuenta años han visto un enorme aumento primero en las operaciones de las empresas multinacionales, y después de las de los bancos y fondos de inversión. Eso ha creado entre todos los países de Occidente (y parte de fuera) una identidad de propósitos que (pesar de recientes rupturas) es, en términos históricos, absolutamente única.